domingo, 10 de junio de 2012

Churumino



Esta publicación recibe este nombre ya que así me decía mi abuelito cuando era niña y como aquí voy a hablar de mi infancia en mi barrio, es la manera de hacer referente a esta etapa de mi vida.





Cuando era una niña recuerdo, que en la casa vivíamos muchos, mis abuelos mis tías, mis primos, mi hermana, mi mama y yo, éramos un montón de mocosos, y nos encantaba jugar en la calle, además porque frente a mi casa había un potrero gigante que era lugar de visita para aquellos quienes les encantaba elevar cometa.

Era un potrero con una cuota inicial de cancha, lo digo así porque era una cancha fea, a medias y llena de turupes de cemento ,también con una cancha en donde se realizaban los campeonatos y con una “bola” – decíamos nosotros- que en realidad era una pista para montar cicla. En medio del potrero había una casona, la de Don Perilla el viejito que la cuidaba.

Salíamos temprano en la mañana y nos entrabamos muy tarde en la noche, no solo éramos nosotros los de la casa sino también los de la cuadra, parecíamos un jardín sin maestros, donde los que ponían las reglas éramos nosotros, jugábamos todo lo que se nos ocurría y detestábamos que el día se acabara.


Para mi familia el potrero del cual hoy solo queda un pedazo, siempre ha sido sinónimo de miedo, porque esta oscuro, porque pasan chinos fumando, porque en las noches se convierte en todo lo opuesto que se ve en el día, pero para mí no lo es, para mí fue donde queme la mayor parte de mi infancia, por donde paso todas las noches y donde nunca hay nada raro,  inclusive la imagen del potrero que recuerdo es a mi abuelito acostado en el pasto “echándonos un ojito”. Personalmente ni cuando era niña, ni hoy siento miedo de pasar por allí. Antes se veían y se escuchaban los carritos de los helados pasar por allí, los niños montando cicla, y los fines de semana siempre se veía gente pasando el rato ya fuese jugando futbol o simplemente tomando el sol.

Frente a mi casa habían 3 árboles grandes (hoy ya no existen), en uno de esos árboles colgábamos un columpio que mi abuelito nos construyó y jugábamos todo el día.



Ese era el lugar más seguro y aún lo es, allí ya me siento en mi territorio, en mi zona, siento que si por cosas de la vida como dicen algo llegara a suceder, conozco tan bien este espacio que creo sabría qué hacer. No entiendo como a alguien que ha vivido allí toda su vida pueda darle miedo el lugar donde creció. Tal vez es porque no lo conoce, porque no recuerda los pasos que dio y porque no se ha tomado la molestia de analizar que sucede allí y quienes están allí.

Hoy este espacio esta reducido a ser el Virginia, es decir, el colegio que construyeron, por el cual tumbaron la casona y desapareció la cuota inicial de cancha.

¿Miedo? Miedo la laguna, allí robaban y roban, se encontraban cadáveres y se encuentran, habían ollas y las hay. No lo niego desde que la Cali pasa por allí ha cambiado mucho, pero se ve lo mismo, lo admito en menores porcentajes pero se ve. El paisaje es diferente pero los sucesos los mismos. Paso todos los días por allí, pero me genera desconfianza, siempre que alguien se sube en las paradas del alimentador que quedan allí, analizo a las personas, no lo niego.  Nunca me la pase por ahí y ahora tampoco me la paso ahí. Creo que no conozco muy bien este sitio y por eso me genera desconfianza.

En fin mi barrio es donde siempre me he sentido como en casa. 

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